Habitantes de este municipio antioqueño señalan que temen a que la violencia regrese.

Las casas en San Carlos guardan las huellas de la guerra. / Foto: Guillermo Ossa para El TIEMPO.

 

Eloína Arias quemó su finca para poder retornar a ella. Era la única manera de saber si había minas antipersonales en su predio, la mejor panorámica de la vereda que se volvió punto estratégico del frente IX de las Farc y también del bloque Metro de las Autodefensas. De ahí que se lo disputaran durante cinco años. «La primera mina la encontramos en un tarro de café en el camino de entrada a la casa. Las otras dos estaban atrás. Entramos ‘de barriga’, arrastrándonos para que de pronto la onda no nos botara muy lejos», recordó la mujer.

Hace cuatro años retornó a El Vergel, la primera vereda desminada en San Carlos, municipio del Oriente antioqueño declarado la semana anterior como el primero en Colombia libre de sospecha de minas antipersonales y munición sin explotar.

Pago con sangre

Paralelamente al retorno de los campesinos, arribaron en el 2008 dos grupos Exde (grupos de explosivos y demoliciones), unidades conformadas por cinco militares y un perro adiestrado, para un desminado militar o de emergencia.

Primero, el grupo destruyó las 61 minas que se habían puesto en lugares puntuales que la comunidad conocía y, a partir de allí, al año siguiente, se le abrió paso al Batallón de desminado humanitario, para revisar metro por metro todo el municipio.

El Batallón 60 de Desminado Humanitario, el único que hace esta tarea en el país, trabajó durante el 2009 y el 2010 en El Vergel. Allí despejó casi 35.000 metros cuadrados de terrenos y destruyó 15 minas. Fue un trabajo que se pagó con sangre. Aunque desde el 2007 no ha habido muertos por minas antipersonales en San Carlos, en estos últimos cinco años 18 de los 21 heridos por minas han sido miembros de la Fuerza Pública.

Como Eloína, Tobiano Agudelo también regresó a su casa en El Vergel, tras nueve años de vivir desplazado en Medellín. Él se dedicó a recorrer la vereda buscando jornal. En esas caminatas halló más de 15 minas. «Encontramos cuatro en los alrededores de la escuela y hasta colgadas de los árboles», recordó Agudelo, otrora presidente de la Junta de Acción Comunal.

La última masacre

El Vergel está a 30 minutos en carro desde el casco urbano de San Carlos. El pueblo está lleno de casas abandonadas que aún guardan rastros del pasado violento que los pobladores mencionan fugazmente.

En esta vereda, según el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (hoy Centro de Memoria Histórica), ocurrió la última masacre paramilitar que vivió el municipio. En una tarde del 2005 asesinaron a siete personas de una misma familia.

La masacre terminó de vaciar la vereda, que en su mejor época contó con 70 familias. De ellas, luego de siete años, solo 26 han retornado.

Según Eloína, las promesas del Gobierno para el retorno fueron parcialmente cumplidas. «Cuando llegamos a la finca éramos como animales entre la selva. Mis hijos se enfermaron de fiebre y diarrea. Dormimos mucho tiempo en el piso porque la dotación prometida nunca llegó», se quejó.

La energía eléctrica y los profesores llegaron un año después. Además de las dificultades del retorno y pese al trabajo tan intenso que realizaron los militares, Eloína tiene miedo.

En diciembre, al borde del camino y a menos de 200 metros de la casa, su esposo Lázaro encontró una mina mientras desyerbaba.

«Hay rastrojos que no se han movido. Antes mis hijos salían tranquilos a recoger la leña, pero ya no. Yo quisiera que volvieran a revisar otra vez, porque pa’ este lado no le hicieron tanto trabajo como por la escuela (a cuatro fincas de distancia)», añadió.

Horas antes de que expresara su preocupación, el presidente Juan Manuel Santos visitó San Carlos y dijo, en un acto con las autoridades locales y los embajadores de España y Alemania: «Este evento tiene un gran simbolismo por todo lo que las minas han significado en la historia reciente de nuestro país, por toda la violencia y el sufrimiento que les han traído a nuestros compatriotas».

Pese al miedo, Eloína anhela seguir viviendo en su finca en El Vergel, donde cultiva plátano, chócolos y engorda pollos ajenos. «Lo que nosotros queremos es vivir en calma. Volvimos a la vida que tuvimos antes», concluyó mientras miraba el cultivo de café, que apenas comienza a crecer.

 

Tomado de: El Tiempo, http://bit.ly/FRVsSa